Los
minutos pasan y poco a poco la luz conquista el cielo dejando atrás la
madrugada. Un silencio sin cantos de pájaros, y nada altera esta calma.
Momentos que propician una intromisión plena en el fondo de mi ser, simplemente
para tener consciencia de saber que si uno puede conocer a si mismo en los
momentos de paz. El ajetreo nos suele dejar aturdidos por los acontecimientos.
Seguimos el cauce del rio de la vida, nos arrastra con y sin piedad. De pronto,
cuando forzamos una parada técnica en este camino no damos cuenta, o quizás
tomamos consciencia de todo lo que nos hace felices, y diferenciarlo de aquello
que nos entristece. No creo que valga la pena evitar el dolor cuando toca, o
prohibir los momentos de alegría que nos proporciona la vida. Todo forma parte
de este engranaje de nuestra existencia.
Sin
embargo, quizás el alma puede ser lo más fascinante que poseemos. La imagino
como algo depositado en un cuerpo, que a pesar del paso del tiempo puede
conservarse como el primer día. A lo mejor, esa puede ser la única manera de
evitar todas las limitaciones para entender las personas y otros seres vivos.
El alma es aquello que no se ve, pero se siente. Por eso las almas bonitas se
sienten antes de verlas dentro de un cuerpo o otro.
Llegar a este nivel tan profundo de consciencia
requiere mucho trabajo, reflexión y temple. Pero este viaje a nuestro interior
ayuda a buscar puntos de confianza para anclar nuestra vida y dejar de ser un
simple cuerpo flotante, que solo sobrevive y se deja llevar por la corriente del
tiempo.
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